Si aspiramos a ser fuertes debemos admitir nuestras debilidades. Sólo de esa manera nos refugiaremos en la misericordia de Dios.
¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. (Salmos 36:7)
Es posible que te sorprendas al escuchar que tengo tantas o más debilidades que las tuyas. Soy frágil para enfrentar problemas, pruebas, tentaciones y crisis inesperadas. Soy débil para luchar por mis metas y glorificar a Dios con lo mejor de mí. Soy sensible ante el dolor de los demás. Mis oraciones reflejan cuánto necesito del Señor. Él necesita día a día moldear mi carácter para formar a Cristo en mí. No puede ser de otra manera.
¿Qué puedo hacer por mí mismo? Absolutamente nada que tenga valor o permanencia en éste mundo. Sólo serían palabras, hechos y sentimientos vanos y vacíos. ¿Qué puede hacer Dios en nosotros? TODO. Es por su misericordia que somos y nos movemos. Es su amor perfecto que nos coloca bajo la sombra de sus alas. Es nuestro refugio y esperanza. Por su misericordia nos abre ríos y mueve montañas para que caminemos fortalecidos. Aún en la enfermedad, el dolor y cualquier clase de aflicción, el Señor está presente.
Nada podemos hacer sin la ayuda de Dios, reconocer que solo somos hombres, creación de DIOS
Padre, me amparo en tu misericordia. Es por tu gracia y tus méritos que mi vida tiene sentido y es útil a tus propósitos. En tu Nombre, amén.
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